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Los dos siempre hablamos cogidos de la mano..Hablamos de la vida que se puede sentir y recordar aunque a veces todo cambia y se deja de sentir y recordar . Un día existes y otro, ya no estás. Día a día nos enfrentamos a la teoría de Ser o no Ser que nos encierra en un cajón lleno de cuestionamientos y de duda, que nos toma años responder y descifrar. A veces, la vida entera.  Es  tan solo al filo de la muerte cuando se prende la luz  resplandeciente de la presencia de Dios que nos da las respuestas  y logramos entendernos Pero, de qué vale, ¡Si la vida terminó! Si esto es verdad. ¿Para qué estamos aquí si solo es para que fuerzas mayores se entretengan con nuestras locuras? No lo creo. Debe haber algo más. Dejemos el cuento. Vivamos cada momento de nuestras vidas. Porque a pesar de todo, somos felices porque lo más hermoso de la vida ¡Está en nosotros mismos! 

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 Miami Fla. 1991*  y también otros lugares y otros años, pasados y futuros.
 
Los dos siempre hablamos cogidos de la mano viendo pasar  hacia los confines de Cayo Hueso* como pañuelos blancos, las gaviotas, a posarse en la última roca del continente americano. Desde allí, como nosotros muchas veces,  
verán llegar los balseros cubanos, o sabrán que se hundió su esperanza en la tumba revuelta de las aguas del Estrecho - En cierta forma somos, como ellos, dos balseros que navegan el ancho paisaje turbulento de nuestro propio estrecho buscando un puerto donde anclar. Cualquiera diría al vernos pasar todas las tardes hacia el Tamiami, cogidos de la mano y como rezando a paso de rosario o de viacrucis, que somos solos. Si supieran. Somos un mundo lleno de cosas y de gente. Tenemos un séquito largo de familiares y de amigos.., somos como la pareja armoniosa de patos que cruza de orilla a orilla el canal -   trasegando las jornadas que nos exige Dios y Ley y nuestra propia ordenanza, al juicio y la concordia.

 


 Hablamos. Nosotros siempre hablamos...

 

 

     Los dos siempre hablamos cogidos de la mano mientras caminamos cuando entra la noche y se encienden las luces del parque dibujando fantasmas juguetones a lo largo el camino angosto trazado a la orilla del canal que viene del mar desde la bahía de Vizcaya y se pierde a lo lejos en la inmensidad cenagosa de los Everglades.

 

 

Aquí, en Miami, las aguas corren mansas, parecen quietas, casi muertas, solo turba sus tranquilas ondas el sol poniente cuando muere sobre Cuba y quizá  el regreso familiar de los patos apurados que vuelven en lenta caravana silenciosa a su refugio entre los juncos, cansados de bregar  entre los pastizales.  Picoteando  piedrecillas calientes a orillas de Kendall Drive,  son indiferentes a los autos y el discurrir apurado de los vecinos de Camino Circle que pujan por sobrevivir el demoler y construir congestionado de la 95.  Aturde la cacofonía del tráfico veloz de las autopistas lejanas.

 

Los dos siempre hablamos cogidos de la mano cuando vamos de paseo por ese sendero de los patos, a la orilla del canal. Vivimos nuestra existencia de proezas diarias como viven sus horas las garzas de los pantanos oteando la inmensidad desde su altura de cuellos estirados, con sus ojazos de luz alertas puestos en la negra masa amenazante de los cocodrilos. Como los pájaros turistas de diciembre posados en las altas ramas de las palmas, nosotros vamios  trazando vuelos de ensayo hacia las islas del caribe y las brumosas siluetas de las Sierra Madre. Vivimos nuestra existencia acompañado — nunca estamos solos por que jamás dejamos de hablar cogidos de la mano— y hablamos de ser peces de río porque siempre vamos con algún afán hacia el mar,  hacia  alguien ,  hacia algo,

 

Por estos días oscurece tarde. Demasiado tarde para nuestro afán de ver llegar la noche para encontrarnos. Los días son largos, demasiado largos... tienen un sabor a cosa seca, se estiran tanto que cansa sentir el sol siempre arriba, recargado como un demonio rojo sobre las flores mustias, los prados amarillos, el pavimento humeante, los cuerpos sudorosos, el horizonte en canícula centelleante- y las tardes,  ceñidas por el trueno, trazadas por los rayos. -Siempre hay una propuesta de tormenta y huracán dibujada sobre la remota pero peligrosamente cercana geografía de las costas africanas.

 

 

Nosotros siempre hablamos cogidos de la mano. Sabemos que no estamos solos. Ya no existe rincón alguno en esta tierra nuestra donde  poder estar  a solas. Ni siquiera el aire que respiramos está solo. Lo llena la Internet de todas las mentiras y verdades de la tierra,  y es el tablero de los cielos un enorme telón de rostros y  retratos invisibles y  verdades y mentiras  fantasmales descargadas desde monstruos servidores a todas las computadoras de los hombres. Por eso los dos siempre hablamos cogidos de la mano para que no nos separe un cuarzo, mientras caminamos, sobretodo  cuando entra la noche y se encienden las luces del parque. Tiene que ser así para poder estar solos sin  estarlo. Tiene que ser así para poder contarnos lo que nos sucedió ese  día,  desde el instante mismo en que nos separamos, Ella   llevando mi beso de la madrugada metido entre los labios camino a su mundo de fatigas laborales, y yo  apretando su ternura nocturna para conservarla tibia y productiva - para que cuando vuelva esa tarde la encuentre más bonita  y más nuestra.

 

 

 



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Por eso los dos siempre hablamos cogidos de la mano --Es que hay tanto de que hablar cuando entra la noche y no se ha podido decir durante el día...  que es tan largo cuando es verano como lo es ahora. Tenemos que hablar de mamá que se enfermó esa semana porque quiere volver a estar aquí para vernos y se muere de pena por dejar a la hija como si no pudiera  volver a verla mañana. Hablamos de mi hermana acuciosa, abeja incansable de panales ricos, neoyorquina que por vida, y también de mi hermano que se quedó en Colombia.  ¡Afortunado él!

   

Igual hablamos de Rosalba, que nos visita todos los años para recordarnos que su amor es eterno como sus manos milagrosas creadoras de milagros artesanales.  Hablamos de Gloria y su carrera bursátil allá en Colombia, y   de Luz Mery, y su ir y venir de mudanza en mudanza,   que a todo le hace, y de Melissa, la de los ojos bellos, graciosa como una espiga, y del apuesto Juan Pablo, salvado de los vientos de la guerra; y de Henry, compañero y amigo de toda la vida a quien confiaré a mi amada el día que me vaya, ¡Si es que me voy!  Y hablamos de William, que traza castillos con la pluma de sus ambiciones sobre el escenario de piedra y acero de la metrópoli santafereña; de Hugo, quien jamás tallará su nombre sobre lápida alguna porque nunca querrá morirse; de Jairo, monumento noble al silencio y la prudencia; de Rolando, el genio de las artes gráficas; de Orlando, y sus jornadas por Tibabuyes.  Y hablamos de Andrea, la dulce Andrea de ojos grandes soñadores, que quiere venir a Norte América si le otorgan la visa, y está llena de angustia porque la entrevista es la próxima semana y le van a decir que puede viajar a la misma luna si quiere menos a donde quiere su alma viajar. Y de sus hermanos, Sandra y Julián, que aún no saben a dónde se irán.,

 

 Otra tarde, una de julio, muy ardiente, hablamos de Leonardo da Vinci, alias Geney, y  de su villa italiana de la Calera, y descendimos al Ganges de las Escalinatas - cerca, muy cerca pasaba la humanidad desnuda por las playas de Miami Beach, se deshidrataban los amantes entre la quemante arena de Cape Florida y procesaban en Krone a los últimos haitianos pescados del revuelto Rio Miami. 

 

Y hablamos de una niña llamada Marcela que estaba cargada de amor y redención; y de Adriana y sus sueños con mundos lejanos; y de Carolina, que ensayaba el Derecho con una sonrisa, y también de tantos otros nietos, sobrinos y sobrinas y primos, y primas, y esposas, y novias y amantes y de suys raices,  Don Miguel Antonio Herrera Arias y Rosalba Muñoz Montoya, y    si eran los mismos. Matías y Marga.  No sé si volveré a ver a Miguel antes de que se vaya y encuentre el camino del cielo llevándose su mesa de carpintero, donde le dejé una madrugada tallando estatuas en el templo del insomnio. A Rosalba, si la veré, porque ella si quiere vivir y viajar por el mundo y volver a contarle a Miguel, mientras la espere, que no sabe lo que se está perdiendo. A ver si se anima.

 

 Hablamos de todo o no hablamos de nada. Una tarde, hace un mes nada más, de cortar el árbol del patio poblado de hormigas y lagartos y hojarasca y raíces profundas que parece que tumban la casa. A veces nos decimos más en silencio porque sabemos lo que sabemos. De su empleo en MasterCard y de mi libre empresa que quiere ser internacional. De Mío Bresni que yace bajo quinientas hojas de ilusiones viendo pasar  la noche sin que amanezca para él su estampa de niño fantasma. Hablamos de lo que hacemos o no hacemos, de cómo hacerlo o no hacerlo y de con cuánto contamos para hacerlo o no hacerlo. De la cuenta bancaria que nunca pasa a mayores, de lo que debemos y nos deben y de cómo pagar sin esperar que nos paguen. Del correo del día y de sentirnos alegres de que no trajo malas noticias. De las flores que nacen y mueren y nacen de nuevo y el pasto que crece y el auto que necesita limpieza, del tanque vacío y de ir por la leche que ya se acabó   -yo apretando su talle y ella apretándome el alma con infinita ternura de ojos que hablan y con esa cautela de alondra y esa ternura y esa calma y sapiencia...de eso también conversamos.

 

 Por eso los dos siempre hablamos cogidos de la mano mientras caminamos cuando entra la noche y se encienden las luces del parque. Y no es raro que hablemos de esa manera porque de hablar así arreglamos la vida que entre nosotros se arregla sola de todas maneras- pero cuando se aprietan los nudos, hablamos para que no se nos vuelvan gordianos. Con una diferencia. Yo hablo mucho. Y ella poco. De lo que yo digo, la mitad sobra; pero ella no lo dice. Su silencio me da la respuesta. Y de lo poco que ella comenta, todo le vale porque tiene la prudencia de los sabios para decir lo que debe decir, sin ponerle arandelas. A mí, me brinca el afán de abarcar la palabra con mi mente locuaz. Por eso al final lo que digo, lo atempera su freno de miel y de seda.

 

 

 De lo que no hablamos nunca es de tristezas porque de ellas no se habla. Se sienten y corren por entre las venas y gritan por dentro metidas en las cavernas del alma y asoman al rostro y asustan de noche y prolongan la tarde y son pesadillas presentes. No hablamos. Nos las decimos con la mirada. La de ella, cuando va triste, se muestra lejana, dormida, sin brillo. Tiene una ausencia que asusta y se aleja si no la detengo, si no pregunto. 

 

 

 ¿Qué te pasa? ...¿Por qué estás triste mi vida?   Pregunto Yo...

 

Y lo mismo pregunta ella que sabe al mirarme a la cara que estoy llorando por dentro, y como es tan callada,solo me mira  con su larga  mirada. Hablamos entonces cogidos de la mano cuando entre la noche y se enciendan las luces del parque. Así llevamos quince años -son dieciocho de veras- tres sin la ley,  por los largos caminos de otras riberas: Europa, y  África y las islas de todos los mares, y  de hoy  por  el cauce que corre con mansa soltura hacia el mar de los sueños de nuevas mañanas.  Así recorremos  con mucha nostalgia los viejos rincones de nuestra  Santafe de Bogotá,   las murallas de Cartagena,  con deseos piratas, las Islas del Rosario recordando que  nos vieron lanzar una moneda a las aguas y un beso colgar de alguna palmera en algún cayo escondido, como otrora,  al Norte, allá en  los Cayos. Escuchamos el viento gemir y las playas abrirse a los pobres balseros, y el hielo rondar las laderas y la historia acampar en los cerros de Valley Forge, más al norte. Navegamos el Delaware en el Espíritu de Filadelfia,  y el Hudson   en un bote de la Green Line,  y vimos los barcos anclados, despojos  de la II Guerra mundial  y supimos que estaban cargados de harina y de quesos y ríos de leche  y que un día zarparían para llevarle la vida a los pobres del mundo. Tocamos tocados de gran sentimiento la campana quebrada de la Independencia; repetimos la oración de Gettysburg, trepamos el Obelisco de Washington y contemplamos la Humanidad rendida ante la Casa Blanca;  subimos callados  las blancas colinas de Arlington y  sentimos vibrar sobre por entre  las colinas sembradas de cruces blancas, las dianas tocadas al alma de  los soldados  caidos de todas las guerras,  desde Atlanta  hasta Siria.  Aún no había llegado El Terror a New York  ni a toda la tierra. Nos sentimos enredados y asfixiados entre las redes de la Jungla sin alma de la Gran Manzana de piedra y nos  prendimos del Velo de la Novia en el Niágara . Jamás olvidamos haber querido  sembrar para siempre nuestra planta en tierra colombiana. 1988. No se pudo. Trataremos otra vez.Todo falta aún por completar.  AÚN NO SABIAMOS CUANTO MÁS HABLARIAMOS... recordando a los que se fueron que si estaban cuando de ellos hablábamos.