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                  La parábola vital de Rivera fue breve.
                     Cuarenta años fue la suma de la travesía terrestre de este titán entrañable, nacido en San Mateo
                     (Huila) en 1888, de familia de políticos y trabajadores del campo, de gentes sencillas y honorables, quien no tardó
                     en viajar a la capital de la República donde se graduó de maestro normalista en 1909 y abogado en 1917. Fue político y funcionario público.
                     Hizo parte de expediciones oficiales para verificar las condiciones de trabajo en las empresas petroleras del Río Magdalena
                     y más tarde, de los obreros caucheros en la selva amazónica del país. Fue miembro de la comisión
                     de límites con Venezuela y Brasil, y como tal recorrió los parajes de la Orinoquía donde contrajo graves
                     enfermedades tropicales. Durante su convalescencia en Orocué, Sogamoso y Duitama (Boyacá), escribió su
                     monumental novela, la cual publicó en 1924 y cuyo éxito fue inmediato. A comienzos de 1928 viajó a Nueva
                     York, ciudad donde murió en diciembre de ese año, en vísperas de su regreso al país, con la novela
                     traducida al inglés y obsedido con proyectos literarios y cinematográficos. Y no es más. Pero detrás de esta sintética
                     ficha biográfica, se nos revela que hubo una vez un hombre que se llamó José Eustasio Rivera, que siendo
                     un descollante abogado vivió esencialmente para ser un poeta, y quien se convirtió en un épico fundacional
                     al escribir en su novela La vorágine, la más completa, hermosa y trágica alegoría de Colombia.
                     José Luis Diaz Granados  Siguw      
                  
                  Una novela del escritor colombiano José
                     Eustasio Rivera, publicada en 1924. Arturo Cova -el protagonista- va narrando las aventuras que vive al recorrer la selva
                     amazónica. Cova se presenta como un poeta, un típico romántico y buscador de aventuras. Una novela que
                     ofrece una historia de pasión, pero también expone, a lo largo de su trama, las duras condiciones de vida que
                     sufren los peones durante la fiebre del caucho y los indígenas de la Amazonia esclavizados por los caucheros.   
                  
                  "¡Oh selva, esposa del silencio,
                     madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? ...Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas
                     penumbras formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma
                     pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero volver a las regiones donde el secreto no aterra a
                     nadie, donde es imposible la esclavitud, donde la vida no tiene obstáculos y se encumbra el espíritu en la luz
                     libre!   ¡Quiero
                     el calor de los arenales, el espejeo de las canículas, la vibración de las pampas abiertas! ¡Déjame
                     tornar a la tierra de donde vine, para desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en nefando día,
                     cuando tras la huella de una mujer me arrastré por montes y desiertos, en busca de la Venganza diosa implacable que
                     sólo sonríe sobre las tumbas!" - José Eustasio Rivera, La vorágine   
                  
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                   LA VORÁGINE, ESPEJO Y ALEGORÍA
                     DE COLOMBIA Por JOSÉ
                     LUIS DÍAZ-GRANADOS Desde
                     el mismo momento en que apareció hace 100 años la edición inicial de La vorágine en los talleres
                     de Cromos de la ciudad de Bogotá, los lectores no pudieron escapar al impacto de las primeras líneas con que
                     José Eustasio Rivera dio comienzo a su esplendente e intrincada novela, sin asociarla con la realidad de un país
                     que luchaba por romper esa dura costra feudal que la condenaba al atraso, a la desigualdad social y al coloniaje mental y
                     económico durante siglos: Antes
                     que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Realidad, designio, premonición, esta
                     primera frase ha terminado por convertirse en una amarga alegoría de Colombia, y sin embargo, en medio de tanta barbarie
                     consumada a lo largo de los tiempos, aún persiste en cada alma el afán por alcanzar la conquista individual
                     o colectiva de los deliquios embriagadores del amor junto con otros ideales que por fin nos pudieran librar de tanta manigua
                     devoradora de alegrías y esperanzas. Después de la publicación de María en 1867 ---escrita por Jorge Isaacs, un brillante
                     explorador y hacedor de progreso, que en vano intentó mediante una revolución radical en Antioquia redimir al
                     país de tanta dominación ultramontana---, la aparición de La vorágine marcó un segundo
                     hito (el tercero sería Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, publicada 100 años
                     después de la romántica epopeya de Isaacs), que elevaría a dimensiones universales la tragicómica
                     historia de una Colombia que en su diario vivir no termina por encontrar los fértiles y luminosos caminos de su emancipación
                     social definitiva. *  *
                      * El hecho de que se celebre
                     con todas las pompas y delirios bibliográficos este acontecimiento es la mejor contribución al delirio profuso,
                     creciente y exultante con el que millares de lectores hispanoparlantes estamos celebrando el centenario de la primera edición
                     de La vorágine de José Eustasio Rivera.En 1924, la aparición de esta epopeya de los llanos y la selva amazónica, fue como una explosión
                     inusitada que irradiaba las más diversas emociones y fantasías multicolores en las mentes de los desprevenidos
                     lectores colombianos que de esa fulgurante manera descubrían el alma profunda del infierno verde que para muchos parecía
                     más un territorio de leyendas que una realidad geográfica adyacente. Y es que desde entonces, la prodigiosa pluma de Rivera nos ha llevado de la mano,
                     de manera inequívoca, a través de la narración del impulsivo Arturo Cova ---un poeta del Tolima, emocional
                     y pendenciero, mujeriego y fanático de las causas justas, que huye de la ciudad en compañía de su amada
                     Alicia, quien a su vez encuentra en los planes de Arturo la oportunidad de escapar a una unión matrimonial infeliz
                     impuesta por sus padres---, hacia regiones ignotas donde la maraña de la naturaleza se confunde con los más
                     contradictorios conflictos pasionales, en medio de los más crueles episodios de la explotación del caucho con
                     innumerables víctimas de esa codicia demoníaca, el vértigo de las furias y las penas y la permanente
                     pesadilla, embrujadora y borrascosa a un mismo tiempo, en el diario vivir, compartiendo con pervertidas criaturas humanas
                     llenas de ambiciones, combates interiores, pasiones y tristezas, que sobreviven entre el silencio profundo de la selva "como
                     un agujero en la eternidad". La
                     vorágine, aparte de Arturo y Alicia, está poblada de seres alucinantes, intrépidos y desaprensivos, que
                     transitan su propia novela individual, como Griselda, patrona de La Maporita, quien será amante secreta de Arturo Cova;
                     Fidel Franco, marido de Griselda, rudo, enérgico y vengativo, pero cómplice y amigo de Arturo; Narciso Barrera,
                     cauchero amoral y arrogante, explotador inmisericorde de hombres, mujeres, niños y ancianos de todas las razas, blanco
                     de los celos de Arturo, quien resulta herido por el déspota, pero a quien atiende Clarita, la muñeca sexual
                     que sueña con volver a su tierra venezolana y pedir perdón a sus padres; Clemente Silva, anciano lleno de ternura
                     y de sarna, que se convierte en cauchero con el fin de rescatar a Lucianito, su hijo, quien siendo muy niño se había
                     ido con aquellos aventureros, pero al que después de una década, sólo puede encontrar sus carcomidos
                     huesos; Zoraida Ayram, La Madona, audaz comerciante del Amazonas, a la que Arturo Cova ve como a un marimacho sin escrúpulos,
                     y muchos otros ---y otras---, figuras que se confunden con la misma insondable selva, entre peligrosas contingencias vitales,
                     excesos poéticos barrocos, pero sobre todo, con la refulgencia mágica de una prosa lírica que hace que
                     la indomable jungla los devore sin subterfugio alguno para instaurarse en la eternidad inmarcesible de la Poesía y
                     la Belleza. *  *  *     
                  
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