CONCIERTO DE LA ALBORADA 2015AFILIACIONNações Unidas das Letras


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Mi nombre es Edith Lucia Michelotti. Soy obstetra, jubilada. Ahora escritora. Escribo porque tengo cosas que decir, quiero decirlas y soy feliz con ello. He realizado cuanto taller literario he podido. Soy columnista de diarios y revistas, me gusta escribir cuentos y me atreví con mi primer novela www.hepatitis-c.com.ar

La cultura de la resignación

Oriundo de una aldea perdida en las montañas, sin saber leer ni escribir, llegó mi abuelo inmigrante, a esta tierra argentina, trayendo un pequeño cofre dorado como todo concepto de equipaje. Con su contenido se abrió paso en nuestro suelo, forjó su familia, su futuro. Lo guardó por siempre con celo y mucho cuidado. Y cuando algunos de sus hijos o sus nietos, tambaleaba en el sendero correcto de la vida, él lo abría casi sin darse cuenta y mostraba su interior como quien enarbola la bandera más preciada.

¿Qué cautivante piedra preciosa encerraba su misterio? Con el correr de los años, curiosa y atrevida, logré destrabar su cerradura y llegué lentamente a conocer la verdad del sugestivo contenido. Guardado con profundo celo, grabado en su genética ancestral, flameaba sonriente "la cultura".

La cultura del trabajo. --Sobre ella trazó los movimientos de este circo infernal que es la vida. Con ella logró que los pilares de su hogar se mantuvieran firmes frente a los avatares de tormentas muy feroces. Con ella enseñó a sus descendientes lo maravilloso que es vivir con dignidad. La fascinación de servir día a día, la mesa contenedora y hogareña con el pan ganado con esfuerzo.

Hurgueteando impertinente en el trasfondo, encontré asombrada que la "cultura del trabajo" escondía a medias en sus rincones, amigas muy precisas, insoslayables.

La cultura de la decencia.-¡Claro! -Me dije emocionada, comprendiendo-, no son virtudes, son actitudes normales que el abuelo enseña, posiblemente sin tener conciencia de ello. Porque ese es el sendero de la libertad y ¡hasta permite coquetear en su transcurso, con la felicidad que espera siempre ansiosa!

Alterada, captando paso a paso sus preciadas entrañas, continué explorándolo buscando una réplica a mi congoja.

Impulsada por el negativo sentimiento, abatida ante la realidad de la Argentina que transito, imaginé que allí se ocultaban las respuestas a mis angustiadas preguntas cotidianas. ¿Por qué vivimos aceptando lo desagradable cómo si fuera imposible mejorarlo? ¿Por qué permitimos que fallen jueces malos, dejando libres asesinos, pederastas, violadores? ¿Por qué consentimos que impere la "cultura de la vagancia" ausente en el cofre del abuelo? ¿Por qué nos encerramos tras las rejas, lloramos nuestros desparecidos en manos de delincuentes que sonríen con sorna en nuestra espalda? ¿Por qué toleramos que imperen programas televisivos deformantes, que ocupan horas en las pantallas corruptoras que observamos en todos los hogares? ¿Por qué dejamos que "distraigan realidades" como otrora lo hicieron los invasores regalando espejitos de colores? ¿Por qué no hacemos valer nuestros derechos, a la salud, la educación y al trabajo? ¿Por qué fastidia tanto cuando los niños piden la moneda? ¿Por qué desviamos la mirada, indiferentes, frente al magro salario de los que laboraron toda una vida con esfuerzo?¿Por qué permanecemos impasibles ante las cifras del censo 2010 que nos mostraron el crecimiento de las villas ó asentamientos?

Apabullada, con el firme convencimiento de mi imposibilidad frente a la barbarie, de mis brazos impotentes ante tanta injusticia, recurrí resquebrajada al viejo cofre. Seguramente el abuelo no habría olvidado entre sus preciados tesoros la cultura de la resignación. El sabría cómo vivir con ella. Busqué ansiosa como nunca, sin olvidar ningún recodo. Frenética revisé una y mil veces. Poco a poco fui incorporando el tácito mensaje del viejo sabio analfabeto.

La cultura de la resignación no figuraba en sus planes de vida. No se hallaba en su cofre, simplemente porque jamás había sido considerada. En su lugar quedaron encendidas la cultura de la fuerza, el coraje vencedor de viejos miedos, la fe en forjar el futuro de los hijos, la rectitud, el emblema de la frente siempre alta.

Cerré el cofre, el camino se aclaraba.
Edith Michelotti
DNI 3995054
9 de octubre de 2011
Rosario, Argentina

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CUENTO

Azúcar

" ¡Sólo se trata de un poco de azúcar!"
Edith Michelotti

-Mamá, ¿qué hacen esas jóvenes disfrazadas en la esquina de casa, pertenecen a una comparsa?
La ingenuidad demostrada en el interrogante de la niña daba clara cuenta que sus escasos años no eran suficientes para comprender que la sociedad es un abanico de personas que para sobrevivir desempeñan los roles más diversos. Las jóvenes trabajadoras del sexo, y los autos disminuyendo su velocidad para acercárseles, entretejían un especial aspecto en ese espacio de la ciudad.
La niña miraba las escenas desde siempre, sin verlas, hasta el día que comenzaron a llamarle la atención. Crecía.
La madre, descuidada, no previó que la pregunta le sería formulada en el tiempo y se sorprendió a si misma sin respuestas.
-Será mejor que vayas a la granja a comprar el azúcar que está faltando para la mamadera de tu hermano -respondió esquiva.
-¿Cómo hago mamá? La abuela me dijo que no pase al lado de ellas, ¡Pero yo quiero mirarlas! ¡Están tan bien pintadas! ¡Las polleras cortitas, ajustadas, tan llenas de brillitos! ¡Y los zapatos tan altos, qué lindos! ¿Entonces qué hago, me cruzo de vereda como siempre?
No sabiendo qué contestar resolvió:
-Mejor dejá, voy yo, vos quedate a cuidar el nene.
En el trayecto comenzó a reflexionar. -¿Cómo le explico a mi niña la sexualidad? ¿El puterío en las calles? Los padres modernos nos enfrentamos a situaciones para las que no hemos sido preparados. Cuando yo era pequeña las calles se veían limpias. La culpa la tienen las autoridades, permitiendo que se entremezclen en los barrios, zonas rojas de prostitución con familias como la mía, tan bien conformada, decente, feliz. ¿Feliz? Bueno, un poco en realidad. Mi marido es algo parco, siempre inmerso en la lectura del diario, pide que no lo molesten, viene muy cansado de su trabajo y permanentemente exige que lo dejen en paz. No nota que la nena se está haciendo grande, no colabora en su educación, se molesta cuando llora el nene. La cosa es complicada. ¡Además este eterno cansancio y esta abulia que me invaden! Mi madre anciana, enferma, demandante, cargosa. El bebé pequeño, ¡sus eternos pañales, sus controles pediátricos! La nena en la escuela, la maestra requiriendo puntualidades y ayuda en las tareas escolares. La comida en horarios perfectos. ¡Uf! ¡Qué fastidio!
Se acercó a las mujeres "diferentes", Las miró de reojo, apuró el paso. La invadió la curiosidad.
-Al fin y al cabo también son mujeres, -se dijo-, ¿cómo será su sexualidad? ¿Sentirán placer con hombres desconocidos, plagados quizás de exigencias bochornosas? Debe ser terrible, asqueroso, antinatural. Bueno pensándolo bien mi vida sexual tampoco es muy "natural". Un encuentro obligado, al que no sé decir que no, rápido, sin seducción, seguido del profundo sueño de mi esposo, solo interrumpido por la campanilla del despertador anunciando un nuevo día tan exigido como el anterior. Ahora que lo recuerdo ¡jamás me quité el camisón para hacer el amor!
Miró a su alrededor, no encontraba la granja.
Inmersa en sus pensamientos había pasado por la puerta sin verla. Regresó sobre sus pasos sin comprender porqué la invadía esa angustiosa sensación de vacío.
Con el azúcar colgando del brazo, volvió a observarlas.
-¡Si pudiera hablar con ellas! ¡Les preguntaría tantas cosas! ¿Es lindo hacer el amor? ¿Es cierto que se puede estar ¡dos horas! jugando con diferentes partes del cuerpo, acariciando cada zona sin límites? ¿Se excitan? ¿Tienen orgasmo? ¿Los hombres se vuelven relocos de sexo, suspiran cómo en las películas? ¿Les observan su ropa interior? ¿Se desnudan? ¿Hacen cosas obscenas? ¿Cuánto ganan? ¿Gozan, gozan, gozan?
Miró a ambos lados de la calle. Se sonrojó como si alguien estuviera leyendo sus pensamientos.
Nuevamente apuró el paso, el bebé reclamaría con su singular llanto el preciado alimento.
No vio la baldosa levantada.
Cuando su cuerpo cayó sobre el paquete desparramando los granos más pequeños por todos lados, las lágrimas humedecieron su rostro fracasado y su cuerpo se contorsionó en un llanto desgarrado.

Secando las lágrimas, tratando de recomponerse, se consoló pensando:-No es para tanto. Soy una exagerada. ¡Sólo se trata de un poco de azúcar!
Edith Michelotti

La tercera función

La tercera función de la vida se ha prolongado.
¡Qué bueno!
Claro que su continuidad, que se insinúa como maravillosa, descoloca el accionar de la sociedad, por lo novedoso de su implante y el de los propios beneficiados que quizás nunca calcularon vivir tanto.
Hombres y mujeres llegan a los sesenta, setenta años, y con un poco de suerte, les queda por transitar un camino impensado hasta el momento.
¿Qué hacer para que esta "novedosa etapa" se la recorra con proyectos y realizaciones? ¿Cómo lograr que este pasaje final, se lo atraviese con la plenitud que los límites naturales le permitan?

La realidad, es la única verdad. Y nosotros, la generación en su tercera función, enarbolamos la nuestra. Estamos, y seguiremos la ruta sumando nuestro asombro a los cambios tremendos de este tiempo moderno, insertándonos en él, simplemente por no quedar fuera de contexto.
Agradecidos por la licencia que la vida nos dispensa, convendría planificar nuestro futuro.
La lección que se nos brinda es clara, transparente, indicativa. La evolución de los tiempos la permite. No queda nada más que interpretarla.
Científicos han demostrado que los últimos treinta años de nuestra vida, son en realidad otra etapa evolutiva. Con características específicas como encontramos en la edad mediana, la juventud o la pubertad.
Quizás deberíamos detenernos en las dos funciones vitales anteriores, analizarlas y reconciliarnos con ellas si hiciera falta. Solo así organizaríamos la tercera con aciertos.
No ha sido más rico el que ha tenido más dinero, más fama o más prestigio, sino el que supo posicionarse ante sus realidades y transformarlas oportunamente para su bien.
Frente al hecho de esta nueva longevidad, con impacto profundo en la cultura de los pueblos, los que la transitamos deberíamos considerarla en lo personal, en lo familiar y en lo social.

En lo personal tal vez sea preciso seguir bregando por nuestros derechos. Los que llegamos jubilados, o en trámite de hacerlo, exigir que nuestros ingresos permitan alcanzar la dignidad por la que tanto luchamos en "nuestra época".
Inquietos y curiosos tendríamos que hurguetear en el escondido baúl de nuestras postergaciones, y observar con lucidez y profundidad, dónde están y cuáles son aquéllas maravillas que hasta acá no pudimos concretar, porque nuestros tiempos circulaban más en los tiempos de los otros.
Ahora es el nuestro. Algo así como una "gracia" recibida. Que satisface, sin duda, pero también nos obliga a aceptarla en plenitud, a gozarla sin titubeos.
¡Quizás descubramos potencialidades hasta ahora impensadas y las hagamos circular por el sendero de las realizaciones!

En lo familiar habría que lograr que "nuestros jóvenes" comprendieran que le estamos agregando "vida a los años", ya que la vida por sí sola, se encarga del resto.
Terminarían por entender por viejos somos más sabios, que pueden nutrirse de esa realidad para su crecimiento personal, como hicieron los aborígenes en nuestro suelo, e interpretar finalmente, que solo estaremos muertos, cuando la muerte resuelva tomarnos de la mano.

Lo social, no dependerá solo de nosotros. El resto de los seres humanos deberían mirarnos a través de una sonrisa, porque somos el símbolo de su mañana inexorable.
Para ello el amor y el respeto entre los hombres, se tendría que imponer.
Los gobiernos tendrían en esa hora una oportunidad precisa para lucir su hidalguía, legislando en el ámbito que les compete, para que la dignidad de los viejos no sea un recitado evaporado en el tiempo.

Los niños tendrían que encontrar en las actitudes que toman sus padres con sus propios padres, un ejemplo a seguir, pleno, respetuoso, desinteresado.
Los jóvenes, analizar con su impetuosa inteligencia, la experiencia del anciano y recurrir a su preciada fuente de sabiduría.

Y nosotros, los actores de esta "tercera función", concientes de que no somos la "clase pasiva", sino simplemente la que cambió de actividad, animarnos a demostrar, hasta el último escalón de la subida, que se puede intentar un mundo nuevo.

Edith Michelotti

Poeta tonto


Si no existiera el viento, ni el sol ni las estrellas,
ni el mar con aguas bellas golpeara malecón.
Si no hubiera luna, la noche, el firmamento,
¿a quién con sus lamentos iría mi canción?

¿Tan pobre está mi letra que no sabe mecerse
con rimas rimbombantes al son de una ilusión?
¿Tan ciega va mi mano que en este intento vano
no encuentra la palabra que exprese mi versión?

¿Es que no alcanza el hambre, el dolor, la injusticia
para brindar caricia a toda mi expresión?
¿Qué pasa con mi mente que necesita lunas
ignorando la hambruna de toda una nación?

¡Qué poeta tan corto que soy cuando le canto
por no mostrar mi llanto, a los astros, al sol,
al amor, al amante que en el camino errante
con paso atribulado tan sola me dejó,

ignorando a los niños, los muchos limpiavidrios,
violados, castigados en este mundo peor,
sin ver a los enfermos, ni los gobiernos malos
que en este cruel pantano esconden frustración!

Seré un poeta inútil, un tanto aletargado,
si dejo que a mi lado impere destrucción,
sin elevar la pluma que lleve la palabra
que con fibra y con garra, ayude a la razón.

Y seguiré cantando a la luna tan gastada,
la estrella apabullada que allá lejos quedó,
¡Qué poeta tan tonto que en juego de palabras
no da con las que sangran por un mundo mejor!

Edith Michelotti
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