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Próximo a partir de este mundo, (tengo 98 años) mi anhelo es el de multiplicar las emociones y las alegrías que experimentaron los miles de adolescentes (niños y niñas)que leyeron mis libros. Cordialmente, Antonio Silva Mojica.

Queridos  Gestores de Semilleros de Juventud Siglo  XXI. Uniletras . Reciban  mi saludo respetuoso y mis mejores votos por su completo bienestar. En conversación con Doña Azucena Velásquez, Directora del Centro Poético Colombiano, me participó la inesperada y muy honrosa invitación de parte de Joseph  para ponernos en comunicación. Les  agradezco en el alma.
Soy un jesuita boyacense, nacido en el Cocuy en 1921. No me especialicé en ninguna clase de estudios, no tengo títulos ni grados especiales, me considero un soldado raso. 
Mi Biblia es el Universo. Mi único carisma fue la poesía. Después de agotadas mis novelas y mis poemas, un compañero jesuita me sugirió:"Ahora suba todas sus obras a un Blog". Así lo hice, y se lo adjunto. Por ahí se dará usted cuenta de mi estilo, mis ideas y mis sentimientos. Se dice que "El estilo es el hombre" 

Blog personal....

Antonio Silva Mojica email

El Cocuy (Boyacá) marzo 14 de 1921 Preescolar  Colegio de la Presentación, Bogotá.Primaria  Escuela de Varones, Santa Rosa de Viterbo. Bachillerat Seminario Menor de Tunja. Universidad Javeriana, Bogotá Profesión Misionero jesuita.

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 Bienvenido, desde ya, QUERIDO ANTONIO,  "próximo a partir de este mundo, tengo 98 años"  que habrán de prolongarse más allá de lo pasajero de este mundo. Hago propias sus letras. Su noble anhelo es el mío....:  " multiplicar las emociones y las alegrías que experimentaron los miles de adolescentes (niños y niñas) que leyeron mis libros,  ¡ Espéreme maestro!  Tengo 85 y como usted cultivo  la Paz (junto con  nuestros gestores  ) ,  a través  de las  Bellas Artes,  en los jardines de la mente y el  corazón de la juventud , como nuestro  único  verdadero  y perdurable  legado.  Bendita sea su presencia entre nosotros... Semillas de Juventud Siglo XXI  se  enriquece con su ejemplo,   Reciba mi más sentido abrazo de afecto  y admiración. Joseph  Berolo

 

Me emociona saber que UNILETRAS se enriquece día a día y ahora cuenta con el volumen de literatura pastoril bellísima del Padre Antonio Silva, a quien conozco desde hace varios años. Su pluma, ágil, sencilla, transparente, hace brillar escenas de la cotidianidad adornadas con la maravillosa relación de todo cuanto nos rodea, con su divino autor, el Creador Necesario que nos mantiene a lo largo de la existencia.Su edad, que está próxima a los cien años, se diluye ante la vista de prodigiosos  escritos que demuestran colorido y arte juvenil que nos atrae.
GRACIAS, QUERIDO PADRE ANTONIO. FELICITACIONES a UNILETRAS..Cecilia Lamprea de Guzmán    

CUENTOS PARA LOS NIÑOS DEL MUNDO

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El niño juicioso.

Les pregunté a las monjas "Lauritas" por la conducta de Hernando en la escuela y me contestaron que había obtenido la medalla de excelencia y el primer puesto en el curso.

Hernando siempre salía de la escuela derecho a su casa. Sus oficios eran traerle agua y leña a la cieguita, barrer el rancho, hacer algunos mandados y luego tomar su bandeja y salir por las calles a brindar su dulce y su sonrisa.

¿Jugar al trompo, a las canicas? Ni pensarlo. ¿Con qué tiempo? Solo se detenía un momento para mirar a los niños más afortunados que tenían camioncitos de plástico y los cargaban de arena. Hernando oía interiormente la voz de su mamá: "Mi bordoncito, aguardo tus monedas". Era hijo único. Durante el día quedaba la mamá sola en la casa y se la veía trajinar a tientas en la cocina, como un autómata.

Muchas veces los acólitos me llegaban con esta noticia:

• Padre, tenemos lista la canoa para el paseo por la laguna. En unas islas hay guayabas y en otras mamoncillos.

A Hernando le brillaban los ojos de entusiasmo y a continuación de lágrimas, pues sabía que su mamá no lo dejaría ir con nosotros. Entonces íbamos todos a su casa y convencíamos a la mamá diciéndole que más bocadillos le compraríamos nosotros en el paseo que cuantos pudiera vender en la calle. Y la viejita le concedía a Hernando la licencia. Aplaudíamos.

Salíamos triunfantes y nos encaminábamos a la laguna, donde nos esperaba, meciéndose al arrullo de las olas, nuestra barca. Jubilosos la invadíamos. Las niñas con cañas y anzuelos (cañas de bambú). Los chicos con atarrayas, que son redes pequeñas. Hernando con su cesta de dulces. Y zarpábamos felices, remando y cantando. La brisa despeinaba el cabello de las niñas y soplaba las camisas de los hombres.

En una ocasión, viendo yo la fuerza del viento, les dije a los chicos que se pusieran de pie y abrieran las camisas en forma de velas de navío, y así lo hicieron. ¿Qué sucedió? Que el viento impulsó nuestra barqueta con más fuerza que los remos.

 Done

La ilusión es el alma de la vida

Amaneció por fin el anhelado domingo. Domingo que podríamos llamar de resurrección, de ascensión y de gloria, pues la cometa dejaría su prisión de la pared, ascendería por los aires, y al tremolar en las alturas se haría gloriosa por encima de las nubes. Atravesamos el parque en diagonal. Nos íbamos acercando a la casa de Hernando.

Desde el antejardín le cantamos esta barcarola:
 
A la mar, a la mar compañeros,
que la tarde convida a remar;
no haya miedo, que los marineros 
nunca temen las olas del mar.
 
De arreboles la tarde vestida,
de alba espuma vestida la mar.
¡En los mares qué alegre es la vida,
cuán alegre en los mares remar.

 

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El eterno domingo

En el funeral , el templo estaba colmado de niñas y de niños. Cuando el pequeño y blanco ataúd salía de la iglesia llevado por los acólitos (sus compañeros), las niñas se disputaban el honor de llevar las cintas rosadas y azules que irradiaban del féretro. Era el desfile de la inocencia y la niñez en dirección a los "Jardines del Recuerdo". Y por insinuación de las Hermanas Lauritas rompimos a cantar:

Ya llegó la fecha dulce y bendecida,
hoy es la mañana bella de mi vida. 
Se me vinieron a la memoria las palabras de Jesús:
 
"Dejad a los niños que vengan a mí,
porque de ellos es el Reino de los cielos".

Un minuto de silencio

Nos extrañó que mientras cantábamos nadie se asomó a la ventana. Terminada la canción, nos decidimos a entrar, la puerta estaba abierta. Hernando no estaba desayunando, ni siquiera se había levantado. Entramos hasta su alcoba.

Su mamá junto a la cama del niño, inclinándose le decía tiernamente:

• Levántate, hijo, que ya debe ser de día. Ya están aquí tus compañeros del paseo. Ya te serví tu desayuno.

La cieguita le pasaba la mano por la frente reprochándole con cariño:

• ¡A tu mamá no le hablas? Respóndeme. ¡Y estás frío! ¿Qué te pasa?

Fríos quedamos también nosotros al comprender que Hernando estaba muerto. La cieguita procuraba enderezar al niño y le decía:

• Mi bordoncito, mi bordoncito. Y rodaban lágrimas de sus ojos opacos.

Todos guardábamos silencio. Yo sentí un ardor en los ojos y en seguida se me inundaron de lágrimas. La cieguita continuaba sus requiebros, ahora quejándosele a Dios:

• Lo hiciste, Señor, tan obediente y servicial, y ahora me lo quitas. Hijo, tú que a todos los niños los hacías reír, mira cómo ahora los has hecho llorar. Lo hiciste, Señor, mi bordoncito, y ahora me dejas sin bastón en mi vejez.

Yo lamentaba no poseer el don de curaciones para decirle a Hernando como Jesús al hijo de la viuda de Naím: "Levántate y anda". No podíamos conformarnos con que la Divina Providencia nos lo hubiera arrebatado tan pronto (acababa de cumplir once años). Y mucho menos aceptábamos que le hubiera quitado a la mamá su bordoncito.

Nos despedimos de la cieguita sin acertar a decirle un pésame. En fila fuimos acercándonos a la cama del niño y cada uno de nosotros le daba un beso en la mejilla o en la frente.

 


Todo texto subrayado es vínculo al tema de su denominación

Antonio Silva Mojica

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 Antonio Silva Mojica
 
98 AÑOS Y SIGUE NAVEGANDO
 
Repican las campanas en lo alto de mi torre
y en el aire baten sus alas las palomas
que de fiesta está mi alma y es de bronces
el derecho de cruzar valles y montañas.

Hay en mi, de ti, un cierto alivio en la bonanza
de la tarde sembrada de fértiles trigales
y es mi paso de hortelano, andanza
de pastor por tus  plácidos eriales.

Amigo mío: En el rigor del tiempo  mueves
el viejo pincel por recordadas telas--
que en tu afán de pródigos ayeres,

dejaste el pabellón de tus quereres
trazado por el suave izar de velas
de los años en noble navegar los mares. 


Joseph Berolo 
Septiembre  5  2019 

 

Una vuelta en canoa
 
Hacia el iris radiante de intangibles colores 
encamino mi barca por la tersa planicie;
aletean mis remos... y a intervalos iguales
cristalinos hoyuelos escoltándome ríen.
 
Mariposas danzantes con su vuelo inaudible
tras de mí se vinieron aplaudiendo mi fuga;
y adelante mi proa va rasgando, festiva,
la flotante pradera de violetas que ondulan.
 
Un rojizo flamenco, sobre verdes juncales,
equilibra el embrujo de sus ígneos rubores;
pensativo en su zanca, solitario estilita,
se refleja vibrátil diluyendo arreboles.
 
Al nivel del remanso golondrinas revuelan
rasguñando el espejo con sus picos rasantes;
y unas garzas rosadas, de silencio y de seda,
florecieron al borde cual silvestres rosales.
 
Navegando sin rumbo la inundada campiña,
me sorprenden las frutas de olvidada cosecha;
mandarinas descuelgo con sedienta codicia,
y mis manos exhalan deliciosas esencias.
 
Abandono el oasis cuando arrecia el crescendo
de las ranas que aturden con triunfal gritería;
y un millón de luciérnagas acribilla las sombras
cual bengalas que juegan en fantástica orgía.

 

Antonio Silva Mojica

SONRISA VIAJERA

 


Hernando, niño de once abriles, era la alegría de la población. Vendía por las calles los deliciosos bocadillos de cidra, rosados, que hacía su mamá, viuda y ciega, quien lo llamaba "Mi bordoncito".

Hernando era todo sencillez, nunca se le oyó un grito. Bastaba ver su figurita risueña y su bandeja de golosinas para que chicos y grandes se fueran acercando y le compraran sus apetitosos bocadillos.

Muchas veces consideré cómo para ese pobre niño, con hambre de adolescente y de huérfano, sería un perpetuo sacrificio aguantarse las ganas de saborear esas cidras tentadoras. Un día le dije:

• Dame dos cidras, una para mí y otra para ti.

Se sorprendió y vacilaba en tomar su parte, pero lo animé diciéndole:

• Sí, hombre, tenga las monedas. Comimos y charlamos.

Me quedó gustando la chanza y de ahí en adelante la repetí siempre que nos encontrábamos. Con frecuencia, estando en el parque con los demás niños y niñas veíamos acercarse a Hernando, a quien yo llamaba para mis adentros "Sonrisa viajera". Venía con su bandeja de dulces. Entonces los niños, que conocían mi debilidad por los débiles, aguardaban mi consabida señal:

• ¡Adelante!

Echaban mano a los bocadillos y yo a la billetera. Mi golosina era la sonrisa de los niños. Y, sobre todo, de las niñas.

Feliz ocurrencia

Entonces se me ocurrió una idea genial. En el próximo paseo elevar desde la barca una cometa. Ella remolcaría el bote. Les propuse la idea y aplaudieron.

• Hernando tiene una cometa, dijo Luis.

• ¿Vuela bien? le pregunté.
• Nunca la hemos elevado, contestó David, porque no tenemos con qué comprar la cuerda.
• ¿Cuánto hace que tienen guardada la cometa? volví a preguntar.

• Un año, respondieron todos al tiempo, menos Hernando, que disimulaba sus lágrimas.
Para un niño (consideraba yo) no poder estrenar su cometa es como para un adulto no poder estrenar su automóvil.

• Pues conseguiremos harta cuerda, les dije yo, como para que la cometa llegue hasta el cielo donde viven Dios y los ángeles.

El rostro de Hernando se iluminó con una sonrisa de ilusión y de alegría. Y para disimular volteó la canasta bocabajo, indicando así que se había terminado la provisión de bocadillos. Seguimos remando y arribamos a la primera isla, a la que le dimos el nombre de "Guananí", en memoria de la primera isla descubierta por Colón.

Saltamos a tierra y nos dirigimos a los guayabos. Niños y niñas se encaramaron a los arbustos y sacudían las ramas, con lo cual caía una lluvia de guayabas rojas y amarillas. El suelo quedó empedrado de guayabas.

Falla mecánica.

De pronto a Hernando se le quebró la rama y cayó al suelo de cabeza. No sabíamos si estaba haciéndose el privado, pues tendido en la yerba apretaba ojos y labios como reprimiendo una risa. De pronto despertó y dijo: "Pásenla por inocentes". Nos tranquilizamos, sabíamos que Hernando era muy ágil, maromero y juguetón. Suponíamos que debió caer primero en las manos, que le amortiguarían el golpe en la cabeza.

A Laurita se le perdió el anillo entre el pasto, pero lo buscamos y Lucía lo encontró.
Álvaro perdió el cinturón que le había prestado su papá, y temía que al regreso le dieran su muenda. Pero lo tranquilicé diciéndole que precisamente ahora el papá no tendría correa con qué fuetearlo.

Cuando regresamos a la orilla de la laguna para abordar la canoa, esta se había inundado un poco, pues tenía muchos resquicios por donde le entraba el agua. Nos dedicamos a la tarea de achicarla con totumas. Embarcamos y nos vinimos remando y cantando.

Tan pronto llegamos al pueblo nos dirigimos a la casa de Hernando a ver la cometa. Estaba colgada en la pared, tensa entre 4 clavos para que el viento no la desprendiera. Linda cometa, de alegres colores: rojo, amarillo y verde.

En el pueblo no vendían cuerda para cometas. Pero en un caserío costeño me habían regalado una atarraya de aprendiz o sea una red a medioterminar. Destejiendo esa red podríamos sacar muchos metros de piola. Convoqué a mi pandillita de acólitas y monaguillos y salimos ese mismo sábado con la red para desbaratarla. Nos sentamos a la sombra de la ceiba, en el parque. Acudió también Hernando con su bandeja de bocadillos. Y empezamos a destejer la malla. Tira que tira, suelta que suelta.

De merienda les obsequié, naturalmente, bocadillos de cidra, a razón de uno por cada 5 metros de piola desenredada. Pero me fallaron los cálculos, pues tal resultó el kilometraje de cuerda útil, que Hernando tuvo que hacer varios viajes a su casa para traer más bocadillos.

La cieguita estaba acostumbrada a que solo al terminar el día regresaba el niño con la plata. Al ver que tantas veces llegaba con dinero, lo abrazó y besó diciéndole:

• Gracias, mi bordoncito, que ojalá todos los días tengan enriedos para desenriedar. (Se refería al enredijo de la atarraya).

Cuando las campanas de la iglesia daban el toque del "Ángelus" a las 6 de la tarde, nosotros añadíamos los últimos metros de piola al gran ovillo, devanado en un trozo de cañadulce. Nos despedimos mutuamente. Cada uno se dirigió a su casa. Cenar temprano y acostarse a dormir para poder madrugar mañana domingo, a misa y al paseo. Me imaginé que Hernando dormiría esa noche muy tranquilo y satisfecho. Satisfecho por haberle traído hoy a su mamá una cuantiosa suma de monedas. Y con la ilusión de liberar mañana su cometa y remontarla al cielo.

 

Continuará

Antonio Silva Mojica